Nuestra historia

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BREVE RESUMEN DE LA HISTORIA DEL CAMPAMENTO J.A.C.G. DE CUENCA
(1971-2006)

CAPÍTULO I: LOS INICIOS (1971-1972)
            En el año 1971, la Juventud de Acción Católica de Cuenca realizó una marcha de tres días por la Serranía de Cuenca, llegando hasta la localidad de Uña. La experiencia «resultó muy bien; formativa, tanto hacia dentro como hacia fuera, sirviendo de ejemplo su comportamiento (el de los jóvenes asistentes) a algunas personas». Esta especie de campamento volante parece tuvo gran aceptación entre los jóvenes por lo que la Comisión estimó que «dado el buen resultado de la marcha realizada por los jóvenes, se cree que sería muy conveniente tener un campamento de jóvenes de ambos sexos, aunque sobre esto todavía es necesario hacer algunos estudios más». Pero no era una empresa fácil. De hecho ese mismo año hubieron de suspenderse un par de marchas proyectadas por falta de asistentes. En esas fechas en la provincia de Cuenca realizaban campamentos la OJE (Organización Juvenil Española) y los Scouts, además de distintas colonias en albergues organizadas por el Ministerio de Educación. No nos consta que la organización de los campamentos como medio de apostolado, en la Diócesis conquense, se hubiera empleado antes, por lo que sin duda hay que considerar como pionera la iniciativa de los Jóvenes de Acción Católica, lo que añadía una dificultad más a la organización de los primeros campamentos.

El hacer apostolado con los niños y jóvenes, acercar más sus almas a Cristo fue el objetivo primero y principal que impulsó a D. Grati a lanzarse junto con los jóvenes de Acción Católica a promover, en 1972, el primer campamento.

No se tenía entonces ningún dinero. Solamente dos tiendas, grandes y viejas, cedidas por la Comisión Diocesana de la Acción Católica de Cuenca, constituían el bagaje material primitivo de los campamentos. Dado el tamaño de las tiendas, se pensó alojar en ellas a los acampados -una para chicos y otra para chicas- y comprar otras dos más pequeñas para los mandos. El lugar elegido para la ubicación del primer campamento, entre aquellos que el ICONA (Instituto para la Conservación de la Naturaleza) permitía ocupar a los campamentos, fue la llamada Dehesa Boyal de Cañamares. El bello paraje tenía a su favor la proximidad del río Escabas, contar con buenas sombras, disponer de agua potable, estar a unos 2 Km. del pueblo, así como encontrarse bien comunicado con Cuenca a través del autobús de línea.

Al tener sólo dos tiendas grandes, y con el fin de atender a más niños y jóvenes, el primer año se decidió hacer dos tandas.

CAPÍTULO II: LA ÉPOCA DE CAÑAMARES (1972-1983)

En el verano de 1973, el campamento tuvo lugar en los días que median entre el 10 y el 30 de julio. El Jefe de Campamento fue Pedro Bordallo, quien continuaría en el cargo varios años más, imprimiendo al campamento su sello personal e imborrable. Se tuvo el honor de ser visitados por el Sr. Obispo, Monseñor Guerra Campos, recién llegado a la Diócesis de Cuenca. Desde esa fecha, y hasta su marcha de la Diócesis conquense, el Sr. Obispo siempre alentó las obras apostólicas promovidas por los Jóvenes de Acción Católica y, de forma singular, los campamentos, que visitó en bastantes ocasiones.

A este segundo campamento estable de la historia de los Jóvenes de A.C. de Cuenca, asistieron un total de cincuenta y cinco acampados entre los juveniles y los mandos. La ubicación del campamento se realizó en la parte derecha de la enorme explanada, llamada Dehesa Boyal, que está situada junto a la carretera, antes de llegar al puente que cruza el Escabas, en el mismo lugar en que actualmente están las instalaciones del camping de Cañamares. En este emplazamiento, con pequeñas variaciones permaneció ubicado el campamento hasta el año de 1983.

En estos diez años de Cañamares, el número de acampados no dejó de crecer. Sabemos que en el año 1975 el número de acampados fue de ochenta y cinco. En octubre de ese mismo año, al hacer una revisión del desarrollo del campamento, surgen ya los primeros atisbos de los problemas que plantea un campamento mixto. Aunque no queden reflejados en las actas los hechos concretos ocurridos, se deja constancia de que «se estudió sobre los problemas que pueden surgir al ser mixtos».

Hasta el verano de 1976 los campamentos fueron mixtos. A partir de este año, por considerarlo más conveniente para cumplir el fin apostólico al que tendían, así como para la formación y educación cristiana y humana de niños y jóvenes, se separaron los chicos y las chicas y comenzó la andadura de un turno independiente y exclusivo para chicos y otro para las chicas, además del albergue femenino.

Esta decisión fue criticada por muchas personas, incluso por personas amigas de Acción Católica y padres de acampados, pero se mantuvo porque en JACG se ha buscado siempre lo que se ha visto mejor para el bien eterno y temporal de las personas, no lo que esté de moda en un momento determinado. Así como fuimos los primeros en hacer campamentos mixtos en Cuenca, al ver, por experiencia, lo negativo en no pocos aspectos de la mezcla de sexos, llevamos a cabo la separación que tan beneficiosa ha sido para la marcha del campamento y para los educandos y educadores en particular. A partir de esa fecha se realizaban dos turnos de campamentos independientes: uno de chicos y otro de chicas, ambos en Cañamares, con semejantes actividades y, por supuesto, la misma finalidad apostólica.

También, es necesario recordar aquí que, debido a que el campamento de chicas solas de 1977 tuvo algunos contratiempos, referidos a sustos por las noches por parte de personas extrañas, se pensó y se decidió suspender el turno de chicas y durante varios años no hubo campamento femenino. De hecho una de las acampadas del campa de chicas recuerda que «a veces los jóvenes de otros campamentos nos asustaban por la noche, y las educadoras se pasaban toda la noche en vela, por si volvían, para avisar a los guardias».

Probablemente fue la insistencia de algunas jóvenes de Acción Católica que habían comenzado su formación en los campamentos y que añoraban esta actividad, la que animó a la Comisión a volver a programar un turno de campamento de chicas. Esta insistencia, unida al deseo y al recuerdo del bien tan grande que podía hacerse en el alma de las niñas acampadas, determinó que, en el año 1981, se reanudara el turno femenino, con veinte niñas, tomando algunas medidas de seguridad, como por ejemplo la presencia de algunos padres de jóvenes de Acción Católica que acampaban al lado del campamento.

Ese mismo verano habían acudido cincuenta niños al campa de chicos. En 1982 el número de acampados masculinos superó los cien chicos. Similar fue el número de albergadas en Priego. Para el curso siguiente se pensó en hacer dos turnos por el gran número de solicitudes que se preveían.

El del año 1983 fue el último campamento que se organizó en la Dehesa Boyal de Cañamares. Se celebraron dos tandas masculinas, una primera para mayores de 14 años, con un nutrido grupo de jóvenes, y otra segunda para los menores de 14, que se acercaron al centenar. A los seis días de haber empezado el último turno, de chicas, una gastroenteritis, parece ser que causada por una bacteria del agua, afectó a muchas acampadas. El Gobierno Civil y Sanidad, ante la sospecha de que el agua estuviera contaminada, decretaron la clausura del campamento. Ninguna de las muchachas sufrió molestias de gravedad. El número de acampadas era de sesenta pequeñas y treinta mayores. Se recibieron numerosas manifestaciones de aliento y apoyo ante este momento difícil.

De esta manera tan accidentada terminaban más de diez años de permanencia en Cañamares, pero enseguida se empezó a buscar un sitio distinto para emplazar el campamento. En efecto, Cañamares tenía varios inconvenientes: hacía mucho calor, no se disponía de fuente cercana -la que en un principio estaba situada en la dehesa se cerró-, de manera que había que ir a buscar el agua al pueblo o a otra fuente situada a 2 Km del campamento y traerla en bidones. Además, teníamos que compartir el lugar con otro campamento, así como con una zona de acampada libre. Todo ello daba lugar a que la higiene de la zona no fuera lo perfecta que se requería. A todo esto se añadía la dificultad de tener que conseguir los permisos necesarios y solicitar el uso del terreno. Y puesto que ese lugar era monte público, existía la posibilidad de que el uso del terreno se lo concedieran a otro peticionario. De hecho, a finales de los años setenta, que no podemos precisar exactamente, no obtuvimos el permiso y los campamentos hubieron de instalarse en la Fuente del Arenazo en Uña.

CAPÍTULO III: EL ALBERGUE (1976-1988)

En el año 1976 se decidió dar comienzo a una nueva actividad apostólica veraniega dedicada a las niñas y adolescentes. Se trataba de realizar prácticamente las mismas actividades que hasta entonces se habían llevado a cabo en los campamentos, pero ahora en un edificio. Después de varias consultas, se pidió permiso al Obispado para poder ocupar el Convento de Priego, denominado San Miguel de las Victorias. El Sr. Obispo en aquel momento, Monseñor Guerra Campos, nos otorgó el permiso a condición de que no coincidiésemos con el tiempo en el que el convento estaba ocupado por los seminaristas de Uclés, quienes también acudían al lugar durante algunas semanas del verano. Respetando esta indicación se fijó el intervalo de tiempo que media entre el 10 y el 25 de julio como fechas más adecuadas para realizar el Albergue de las Jóvenes de Acción Católica.

El primer Albergue se llevó a cabo en el año 1976. Fueron unas 16 chicas las que acudieron junto a unas ocho mandos. No tenían cocineras y las mismas mandos preparaban la comida. Ni ese año ni algunos de los siguientes tuvieron posibilidad de usar la cocina del monasterio, que estaba ocupada por los santeros, que guardaban el edificio, por lo que tenían que guisar en una habitación cercana al comedor, una dependencia sin agua corriente, lo que les obligaba a salir a buscar el agua a unas pilas situadas fuera del convento, lo que, como es natural, incrementaba el trabajo de las mandos-cocineras. Con el tiempo se llegó a contar tanto con coche al servicio del albergue como con frigorífico, lo que supuso una gran ayuda para todo.

En este primer año de Albergue, al ser tan poquitas, se vivía un ambiente muy familiar, presidido por D. Grati, que siempre tenía la palabra oportuna para cada una de las chicas y que oficiaba la Santa Misa diariamente.

El número de albergadas fue creciendo de forma constante. En 1980 y 1981 ya asistieron 65 niñas y los años siguientes no cesó de crecer el número de albergadas (120 en 1984, 90 en 1985), de manera que cerca de mil niñas y jóvenes, aproximadamente, pasarían por nuestras manos, de tal manera que hubo algún año en el que casi no pudimos admitir a todas las que querían asistir. Con el tiempo empezaron a venir, además de las chicas conquenses, chicas de Madrid y otras provincias e incluso chicas del mismo Priego, y lo mejor es que muchas de ellas venían todos los años, trayendo a familiares suyas, de tal manera que el albergue empezó a ser una gran familia que se reunía todos los veranos con el fin de amar más a Dios en un ambiente de sana alegría.

Todavía había sido solicitado el albergue para el verano de 1989 y, después de habernos sido concedido para la segunda quincena de julio, se comunicó a la Comisión Diocesana de JACG que no era posible tal concesión. Entonces se volvió a solicitar para los días 1 al 14 de agosto si era posible, con la condición de que siguiera D. Eusebio Buendía al frente del edificio para asegurar un mínimo de condiciones de habitabilidad. Finalmente, no fue posible celebrar allí el albergue y, tras trece veranos de permanencia ininterrumpida en el Monasterio, con muchos y buenos recuerdos, con gran agradecimiento a muchas personas de Priego, y por diversas circunstancias, se decidió hacer dos turnos de campamentos de chicas en El Manantial, uno en julio y otro en agosto, y no programar más turnos de albergue.

CAPÍTULO IV: EL CAMPAMENTO EN UÑA (1984-1988)

A partir de 1984 y hasta 1988, de forma ininterrumpida, los campamentos de la Juventud de Acción Católica se instalaron en Uña, en el paraje de la Fuente del Arenazo. Éste tenía buenas explanadas y una fuente cercana, desde donde se llevaba el agua hasta el mismo campamento con la ayuda de un doble grifo que ponían los forestales de ICONA y una manguera. Hasta 1988 hubo casi siempre dos turnos de chicos, uno primero para mayores de 14 años, que solía ser de una duración algo menor que los demás turnos, experiencia que tuvo comienzo – como ya relatamos – en el último año del campamento de Cañamares, y un segundo para muchachos entre 8 y 14 años, que solía celebrarse alrededor de la segunda quincena de julio. A continuación de éste, entrando ya en agosto, se tenía el campamento de chicas para todas las edades. Por supuesto, además, como ya ha quedado dicho en el capítulo anterior, en julio había un albergue en Priego para chicas.

El primer año de Uña la asistencia a los campamentos fue la siguiente: 105 acampados masculinos y 50 acampadas femeninas. En este año, el turno de chicos mayores se realizó paralelamente al de pequeños, estando los primeros en la zona de acampada libre que se ubicaba en el margen de la carretera opuesto al del campamento, ya que con los pequeños se llenaba el cupo permitido por ICONA para el campamento que se realizara en el paraje Fuente del Arenazo.

En 1985 el campamento de chicos reunió a 95 asistentes en el turno de menores de 14 años y 25 en el de mayores de esa edad.

Los datos que poseemos nos recuerdan, sin embargo, que en el año 1987 un total de 310 personas participaron en el campamento. El año siguiente tuvo que ser suspendido el primer turno de campamentos, dedicado a los chicos mayores de 14 años, debido al tiempo lluvioso y a la humedad del terreno a causa del mismo. Se dejó para hacerlo paralelamente al turno de los pequeños. En éste también fue ese año el número de acampados sensiblemente inferior, apenas superando los 50 muchachos.

Como estábamos cerca de otros emplazamientos de campamentos, que con frecuencia eran también de parroquias o instituciones religiosas conquenses, algunas veces nos encontrábamos en marchas o en viajes de compras o de otro tipo, reinando siempre un cordial entendimiento entre todos. En algunas ocasiones tuvimos la visita del campamento organizado por la Parroquia de San Julián (Fuente del Oro), lo que daba pie a que el Campamento de Acción Católica organizase ese día como convivencia con los acampados visitantes, proyectando diversas actividades, como un interesantísimo partido de fútbol entre ambos.

Fue en 1988 cuando se empezó con una iniciativa para lograr una uniformidad más semejante. Hasta entonces el «uniforme» había consistido en pedir a los acampados que llevaran todos una camiseta verde (los chicos), blanca (las chicas en el albergue), amarilla (las chicas del campamento mixto) o roja (las chicas del campamento femenino). El resultado era, sobre todo en el primer caso, poder apreciar en el campamento toda la gama de tonalidades posibles de tales colores. Los mandos sí que compraron en varias ocasiones camisas de uniforme a otros centros de Acción Católica de diversas diócesis que realizaban campamentos, pero tampoco aquí se logró mucho, pues las camisas (siempre verdes, pero de diversos tonos) compradas en una diócesis nada tenían que ver con las de otra. Por todo ello, se decidió encargar a una empresa que nos suministrara camisetas que sirvieran de uniforme a los acampados y que lucieran la insignia de JACG y la leyenda «Acción Católica Cuenca». Y así se hizo, escogiendo el color rojo por ser más fácil encontrar una tela similar cuando se acabaran las camisetas encargadas en este primer pedido. Desde entonces hasta nuestros días, tanto chicos como chicas han llevado siempre como uniforme común una camiseta de color rojo, en que han ido siempre impresos motivos del campamento de JACG, aparte del nombre de nuestro querido grupo apostólico.

Acontecimiento digno de reseñar en esta etapa fue el que por primera vez pudiéramos contar con un sacerdote que había sido antes joven de Acción Católica y mando, Antonio Martínez Racionero, en la actualidad misionero y vicario general de la diócesis de Santa Rosa (República Argentina). Ello tuvo lugar en el verano del año 1987. Hasta este año, numerosos sacerdotes diocesanos se habían ocupado de la asistencia espiritual de los campamentos, mientras que Don Gratiniano hacía lo propio con el albergue y con los campamentos de chicas de agosto. Desde aquí nuestro agradecimiento por su colaboración generosa y eficaz tanto con el ejercicio de su ministerio sacerdotal como con la contribución de sus ideas y sugerencias para ir mejorando el campamento. Desde entonces hasta ahora los turnos del campamento han sido asistidos espiritualmente por sacerdotes antiguos miembros de la Juventud de Acción Católica, que habían conocido y vivido los campamentos, muchos de ellos desde pequeños, antes de ser sacerdotes, lo que ayudaba mucho a la compenetración de los monitores con el capellán y viceversa, facilitando un mayor rendimiento. Ello no quita para que en algunas ocasiones otros sacerdotes hayan asistido también a los campamentos como capellanes o hayan colaborado de algún modo diverso.

CAPÍTULO V: EL MANANTIAL (1989-hoy)

Durante los primeros años de posesión de El Manantial fue imposible ubicar en él el campamento, ya que el lugar carecía todavía de las más imprescindibles condiciones para ello. Tan sólo tuvieron lugar lo que llamaremos tandas de “convivencias”, es decir, grupos de jóvenes con unas pocas tiendas de campaña y provisiones, que estaban trabajando en la progresiva habilitación del terreno. De manera más intensa, los meses de trabajo eran normalmente agosto y septiembre, pero también se subía a trabajar, con frecuencia, en los primeros días de octubre y muchos días sueltos a lo largo del año (sábados o puentes).

Los primeros campamentos como tales en El Manantial se celebraron en julio de 1989, uno de chicos y otro de chicas. Acudieron más de 150 chicos y un número similar, algo ligeramente inferior, de chicas. Supusieron todo un acontecimiento para los jóvenes de Acción Católica, los acampados y sus familias, que abarrotaban el campamento durante los fines de semana y días de fiesta.

Los siguientes años del campamento, hasta 1996, hubo tantas peticiones para reservar plaza en los diversos turnos que nos vimos obligados a cambiar el sistema de inscripción, de manera que sólo se apuntaba a los que, además de rellenar la ficha de inscripción con la autorización paterna, hacían la entrega de la cuota monetaria. La razón para tomar esta medida residía que algunos de los que reservaban plaza luego, por diversas causas, no acudían al campamento y otros que habían querido ir se habían quedado sin plaza, ya que se cerraba el cupo de asistentes en 150.

En efecto, se consideró fundamental no superar el número de 150 acampados por turno (por supuesto, sin contar monitores ni demás personal de servicio), aun cuando las instalaciones del campamento permitieran algunos más, con el fin de atender, ante todo, lo mejor posible a las personas y se consideraba que con una cantidad superior de acampados ello sería muy difícil. No obstante, a veces fue necesario flexibilizar un tanto, aunque de mala gana, el número máximo de asistentes, llegando a admitir en varias ocasiones 160 y aun 170 en el campamento de chicos de julio. La cuestión fue objeto de discusión y estudio en diversas reuniones de la Comisión de los Jóvenes de Acción Católica y al final los chicos se inclinaron por admitir hasta 200 acampados como cupo máximo, siempre que se dispusiera del número suficiente de mandos y demás personal auxiliar para atender adecuadamente a los niños. Por el contrario, las chicas determinaron cerrar el cupo máximo en 125, no admitiendo en total más de 160 personas por turno, incluyendo a mandos y demás personal.

Como mero ejemplo y muestra de aquellos años basta recordar que a principio de mayo de 1990 se habían cubierto ya las plazas para el campamento de chicos de julio. En unos diez días se habían anotado 300 muchachos entre chicas y chicos.

Todo ello movió a la Comisión Diocesana a aumentar el número de tandas de campamento. El año 1990 se tuvieron dos turnos de chicas, uno en julio y otro en agosto y, desde entonces se han mantenido ininterrumpidamente hasta el presente, con la salvedad del año 1997, que no hubo turno de agosto de chicas al coincidir las fechas con la XII Jornada Mundial de la Juventud con el Santo Padre en París, a la cual acudió un autobús lleno de jóvenes de Acción Católica.

Del mismo modo, también desde 1990 hubo un segundo turno de chicos, celebrado siempre durante los días finales de julio y los primeros de agosto.

Este estado de cosas cambió a partir de 1996. En este año se sobrepasó todavía el número de 100 chicos en julio (sin contar los monitores), pero en 1997 disminuyó hasta 70. Últimamente se ha ido recuperando de nuevo el número de asistentes, alcanzando los 97 acampados en el turno de julio del año 2001. Últimamente la asistencia total en los diversos turnos ronda, según los años, entre 180 y 230 acampados entre todos los turnos.

Aparte del crecimiento de la indiferencia religiosa y de la caída de los nacimientos, típicas de España, en los últimos veinte años, las causas principales de esta disminución hay que buscarlas en la aparición y multiplicación de los campamentos de las parroquias de la ciudad de Cuenca y de varios pueblos.

Un aspecto digno de destacar en los campamentos celebrados en El Manantial ha sido la ”internacionalización” del campamento de JAC. Niños y jóvenes de diversas nacionalidades han participado y participan en los mismos. Europeos, americanos y africanos (no ha faltado tampoco, aunque excepcionalmente, algún asiático), han convivido en fraternidad cristiana y sana amistad con sus compañeros españoles, conquenses, madrileños y de muchas otras regiones españolas. Y la historia todavía no ha terminado.

El campamento de JAC en El Manantial ha desarrollado otra actividad muy interesante, la de integración de niños con síndrome de Down en sus tandas. En la gran mayoría de sus tandas se reservan una o dos plazas a niños y jóvenes afectados por el Síndrome de Down. Los resultados han sido, una vez más, altamente satisfactorios, de forma que no pocas veces esos niños y jóvenes no sólo se han integrado perfectamente en el campamento, sino que, incluso, han participado asiduamente en actividades realizadas por la JAC durante el curso para todos los jóvenes en general.

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